Comentario
De los más pueblos y aposentos que hay desde Carangue hasta llegar a la ciudad de Quito, y de lo que cuenta del hurto que hicieron los del Otabalo a los de Carangue
Ya conté en el capítulo pasado el mando y grande poder que los ingas, reyes del Cuzco, tuvieron en todo el Perú, y será bien, pues ya algún tanto se declaró aquello, proseguir adelante.
De los reales aposentos de Carangue, por el camino famoso de los ingas, se va hasta llegar al aposento de Otabalo, que no ha sido ni deja de ser muy principal y rico, el cual tenía a una parte y a otra grandes poblaciones de indios naturales. Los que están al Poniente destos aposentos son Poritaco, Collaguazo, los guancas y cayambes, y cerca del río grande del Marañón están los quixos, pueblos derramados, llenos de grandes montañas. Por aquí entró Gonzalo Pizarro a la entrada de la canela que dicen, con buena copia de españoles y muy lucidos y gran abasto de mantenimiento; y con todo esto, pasó grandísimo trabajo y mucha hambre. En la cuarta parte desta obra daré noticia cumplida deste descubrimiento y contaré cómo se descubrió por aquella parte del río Grande y cómo por él salió al mar Océano el capitán Orillana, y la ida que hizo a España, hasta que su majestad lo nombró por su gobernador y adelantado de aquellas tierras.
Hacia el oriente están las estancias o tierras de labor de Cotocoyambe y las montañas de Yumbo y otras poblaciones muchas, y algunas que no se han por descubierto enteramente.
Estos naturales de Otabalo y Carangue se llaman los guamaraconas, por lo que dije de las muertes que hizo Guaynacapa en la laguna, donde mató los más de los hombres de edad; porque, no dejando en estos pueblos sino a los niños, díjoles guamaracoma, que quiere decir en nuestra lengua "agora sois muchachos". Son muy enemigos los de Carangue de los de Otabalo, porque cuentan los más dellos que, como se divulgase por toda la comarca del Quito (en cuyos términos están estos indios) de la entrada de los españoles en el reino y de la prisión de Atabaliba, después de haber recebido grande espanto y admiración, teniendo por cosa de gran maravilla y nunca vista lo que oían de los caballos y de su gran ligereza, creyendo que los hombres que en ellos venían y ellos fuese todo un cuerpo, derramó la fama sobre la venida de los españoles cosas grandes entre estas gentes; y estaban aguardando su venida, creyendo que, pues habían sido poderosos para desbaratar al inga su señor, que también lo serían para sojuzgarlos a todos ellos. Y en este tiempo dicen que el mayordomo o señor de Carangue tenía gran cantidad de tesoro en sus aposentos, suyo y del Inga. Y Otabalo, que debía de ser cauteloso, mirando agudamente que en semejantes tiempos se han grandes tesoros y cosas preciadas, pues estaba todo perturbado, porque, como dice el pueblo, a río vuelto, etc., llamó a los más de sus indios y principales, entre los cuales escogió y señaló los que le parecieron más dispuestos y ligeros, y a éstos mandó que se vistiesen de sus camisetas y mantas largas, y que tomando varas delgadas y cumplidas subiesen en los mayores de sus carneros y se pusiesen por los altos y collados de manera que pudiesen ser vistos por los de Carangue, y él con otro mayor número de indios y algunas mujeres, fingiendo gran miedo y mostrando ir temerosos, llegaron al pueblo de Carangue, diciendo cómo venían huyendo de la furia de los españoles, que encima de sus caballos habían dado en sus pueblos, y por escapar de su crueldad habían dejado sus tesoros y haciendas.
Puso, según se dice, grande espanto esta nueva, y tuviéronla por cierta, porque los indios en los carneros parecieron por los altos y laderas, y como estuviesen apartados, creyeron ser verdad lo que Otabalo afirmaba, y sin tiento comenzaron a huir. Otabalo, haciendo muestra de querer hacer lo mismo, se quedó en la rezaga con su gente y dio la vuelta a los aposentos destos indios de Carangue, y robó todo el tesoro que halló, que no fue poco, y vuelto a su pueblo, dende a pocos días fue publicado el engaño.
Entendiendo el hurto tan extraño, mostraron gran sentimiento los de Carangue, y hubo algunos debates entre unos y otros; mas como el capitán Sebastián de Belalcázar, con los españoles, donde a pocos días que esto pasó, entró en las provincias del Quito, dejaron sus pasiones por entender en defenderse. Y así, Otabalo y los suyos se quedaron con lo que robaron, según dicen muchos indios de aquellas partes, y la enemistad no ha cesado entre ellos.
De los aposentos de Otabalo se va a los de Cochesqui, y para ir a estos aposentos se pasa un puerto de nieve, y una legua antes de llegar a ellos es la tierra tan fría que se vive con algún trabajo. De Cochesqui se camina a Guallamaba, que está del Quito cuatro leguas, donde, por ser la tierra baja y estar casi debajo de la equinocial, es cálido; mas no tanto que no esté muy poblado y se den todas las cosas necesarias a la humana sustentación de los hombres. Y agora los que habemos andado por estas partes hemos conocido lo que hay debajo desta línea equinocial, aunque algunos autores antiguos (como tengo dicho) tuvieron ser tierra inhabitable. Debajo della hay invierno y verano, y está poblada de muchas gentes, y las cosas que se siembran se dan muy abundantemente, en especial trigo y cebada.
Por los caminos que van por estos aposentos hay algunos ríos, y todos tienen sus puentes, y ellos van bien desechados, y hay grandes edificios y muchas cosas que ver, que, por acortar escriptura, voy pasando por ello.
De Guallabamba a la ciudad de Quito hay cuatro leguas, en el término de las cuales hay algunas estancias y caserías que los españoles tienen para criar sus ganados hasta llegar al campo de Añaquito; adonde en el año 1546 años, por el mes de enero, llegó el visorey Blasco Núñez Vela con alguna copia de españoles que le seguían, contra la rebelión de los que sustentaban la tiranía; y salió desta ciudad de Quito Gonzalo Pizarro, que con colores falsas había tomado el gobierno del reino, y llamándose gobernador, acompañado de la mayor parte de la nobleza de todo el Perú, dió batalla al visorey, en la cual el mal afortunado visorey fué muerto, y muchos varones y caballeros valerosos, que mostrando su lealtad y deseo que tenían de servir a su majestad quedaron muertos en el campo, según que más largamente lo trataré en la cuarta parte desta obra, que es donde escribo las guerras civiles tan crueles que hubo en el Perú entre los mismos españoles, que no será poca lástima oírlas. Pasado este campo de Añaquito se llega luego a la ciudad de Quito, la cual está fundada y trazada de la manera siguiente: